HISTORIA DEL MOVIMIENTO OBRERO






En los años 1830 aparecen las primeras organizaciones obreras agrupando a los trabajadores según su oficio. En Inglaterra tomaron el nombre de 'trade-unions'(literalmente'uniones de oficios') o simplemente 'unions. En 1829 John Doherty fundó la Gran Unión de los Hiladores y Tejedores a Destajo de Gran Bretaña y la primera central sindical de todos los oficios de la historia: la Asociación Nacional para la Protección del Trabajo. Agrupaba 150 sindicatos con 100.000 miembros. Publicó el histórico periódico obrero: "La Voz del Pueblo"


En Francia el sindicalismo aparece también en la década de 1830, con las primeras crisis económicas. Adopta el nombre de syndicat(sindicato), que quiere decir también unión. Fueron las obreras francesas las primeras en organizarse contra las condiciones de explotación en los aserraderos de Burdeos y en las fábricas textiles de Lyon.


Mientras París, Lyon e Irlanda eran testigos de levantamientos obreros agudizados por la grave crisis económica del momento, en Inglaterra se abolía la esclavitud, proceso que llevó de 1833 a 1838.


En junio de 1836 la Asociación de Trabajadores de Inglaterra elaboró la Carta del Pueblo, exigiendo el voto universal y secreto. Se los conoció como los cartistas. Durante algunos años el movimiento de los trabajadores recibió la influencia de diversos ideólogos que se ocuparon de estudiar e investigar la situación de los trabajadores, entre ellos estaban Friedrich Engels, que escribió “La Situación de la Clase Obrera en Inglaterra”, basándose en los datos y la convivencia con el movimiento “Cartista.


A partir de la década de 1840, los alemanes Karl Marx Friedrich Engels se instalan en Inglaterra y darán origen a un particular pensamiento obrero, el marxismo, o socialismo científico, que será seguido en todo el mundo. Contemporáneamente el ruso MijaílBakunin y el francés Pierre-Joseph Proudhon, sientan las bases de anarquismo.


En 1848 se extienden por toda europa una serie de movimientos revolucionarios que tienen especial importancia en Inglaterra y Francia; en ellos se hacen exigencias tanto de carácter político como social, proponiendo la protección de los intereses de los trabajadores y el derecho al trabajo. A esos movimientos se refieren Marx y Engels en el Manifiesto Comunista, publicado ese mismo año: Un fantasma recorre Europa, el fantasma del comunismo. Todas las fuerzas de la vieja Europa se han unido en santa cruzada para acosar a este fantasma...


En los años 1850 el movimiento sindical se extiende por Europa y se crean sindicatos en Portugal, Bélgica y Alemania.


Los años de La Internacional.


En 1864 se creó en Londres la Asociación Internacional de Trabajadores (AIT), La Internacional, primera central sindical mundial de la clase obrera. Ese mismo año se reconoce en Francia el derecho a la huelga como uno de los derechos fundamentales del individuo.


En 1866 la AIT celebra su primer congreso en el que representantes de los trabajadores de distintos países trataron de forma conjunta los problemas sociales que les preocupaban.


Paralelamente a la celebración de ese primer congreso de la AIT, en Inglaterra se funda el Trades Union Congress (TUC), primera asociación de obreros que puede recibir propiamente el nombre de sindicato, ya que las personas afiliadas a él son defendidas y representadas desde la organización. Este sindicato pervive en la actualidad con más de seis millones de alfiliados.


En 1867 Bélgica se pone a la cabeza de Europa en materia social y numerosos derechos, entre ellos el de huelga, son reconocidos.


En 1871 surge la Comuna de París, levantamiento obrero en pro de los derechos sociales; sólo dura un par de meses por la intervención del ejército.


En 1872, durante el V Congreso de la AIT se produce la escisión entre marxistas y bakuninistas, en lo que será la primera gran división entre los representantes de los trabajadores.


Sólo en 1875 se sustituyen de la legislación inglesa los términos amo y siervo para pasar a denominarse patrón y obrero. Se trata del primer país en adoptar este cambio.


En 1884 se reconocen los sindicatos obreros en Francia. Es en Lyon precisamente donde en 1886 se crea la Federación Nacional de Sindicatos y grupos cooperativos (FNS), antecedente de la CGT francesa y del sindicalismo revolucionario.


La Segunda InternacionalFinales del siglo XIX.


Inicios del siglo XX. En 1901 se constituye en Copenhague la Secretaría Internacional de Sindicatos, con participación de asociaciones de Alemania, Bélgica, Finlandia, Gran Bretaña y Suecia.


En 1906 mientras la CGT francesa aprueba en Amiens su Carta Magna, en Italia se crea su primer sindicato: la Confederaziones Generaledel Lavoro (CGL) y en Países Bajos la Federación Neerlandesa de Sindicatos.


El taylorismo gana fuerza en estos albores del siglo XX y es en 1911 cuando F. W. Taylor publica su Management científico; la aplicación generalizada de los métodos propuestos por Taylor supondrán un profundo cambio en el modelo productivo y en la organización del trabajo: estamos ante la Segunda Revolución industrial.


En 1917 se produce la Revolución rusa, que establece el primer estado obrero de la historia, y un poderoso impacto en el movimiento obrero mundial.


En 1919 se crea la Organización Internacional del Trabajo, uno de los organismos internacionales más antiguos del mundo, gobernado en forma tripartita por gobiernos, sindicatos y empleadores.


En el siglo XX los sindicatos de todo el mundo tendieron a abandonar la antigua organización sindical por oficio, para generalizar el sindicato por rama de actividad.

Sindicalismo moderno. En el siglo XX los sindicatos tendieron a dividirse internacionalmente en tres grandes corrientes mundiales:


- los comunistas, organizados en la Federación Sindical Mundial (FSM);

- los socialistas democráticos, organizados en la Confederación Internacional de Organizaciones Sindicales Libres (CIOSL);

- los cristianos, organizados en la Confederación Mundial del Trabajo (CMT).


Existen sindicatos no organizados con las corrientes mayoritarias, al ser organizaciones de carácter más independiente. Algunos -como los sindicatos libertarios- se coordinan con otros sindicatos y organizaciones sociales, como Solidaridad Internacional Libertaria o la Asociación Internacional de los Trabajadores (AIT).

La Primera Internacional Obrera (1864-1876)


La Asociación Internacional de Trabajadores (AIT) o I Internacional Obrera, adoptó como sede la ciudad de Londres y estuvo integrada por partidos, sindicalistas, socialistas, anarquistas y asociaciones obreras de variado signo. El encargado de redactar sus estatutos fue CarlosMarx.
Marx en una alocución de la Primera Internacional. Ampliar imagen
Marx en una alocución
Las diversas tendencias y sensibilidades que recogió, obstaculizaron en gran medida su funcionamiento.
Conferencia de la Primera Internacional en 1864. Ampliar imagen
Conferencia de la AIT en 1864
En 1868, a raíz de la incorporación de Bakunin, la AIT sufrió una polarización que condujo a enfrentamientos entre dos tendencias irreconciliables: por un lado, la anarquista (con Bakunin a la cabeza), por otro, la marxista, cuyo liderazgo intelectual ostentó Marx.
Episodio decisivo en la división del movimiento internacionalista lo constituyó el fracaso de la Comuna de París (1871), experiencia de carácter revolucionario que surgió tras la derrota de Sedán (1870) sufrida por las tropas francesas de Napoleón III frente a Prusia.
Como consecuencia, el Segundo Imperio Francés dejó de existir (el emperador abdicó), abriéndose paso la III República. Durante los primeros meses de ésta, la agitación política y social hicieron estallar en París unarevolución que condujo a la instauración de una Comuna obrera.
Fusilamiento de miembros de la Comuna de París. Ampliar imagen
Ejecución de comuneros
Tras poco más de dos meses de autogestión, las autoridades republicanas,encabezadas por Thiers, reprimieron sangrientamente la primera tentativa de poner en práctica por vez primera una sociedad liderada por la clase trabajadora.
M. Bakunin. Ampliar imagen
M. Bakunin
El fiasco de la Comuna de París agravó losenfrentamientos en el seno de la Internacional. En el Congreso de La Haya (1872), los anarquistas fueron expulsados de la organización, que pasó a ser controlada por los marxistas hasta su disolución en 1876.
Las razones que llevaron a ese enfrentamiento pueden resumirse en las siguientes:
  • Marx deseaba una organización estructurada en torno a una autoridadcomo forma de reforzar la eficacia de las decisiones adoptadas.Bakunin se oponía a cualquier control o jerarquía. Los anarquistas se definían a sí mismos como "socialistas antiautoritarios".
  • Marx depositaba las esperanzas de revolución en una acciónorganizada y preparada de la clase trabajadora, especialmente de los obreros industrialesBakunin apelaba al individualismo y laespontaneidad, al tiempo que otorgaba al campesinado un importante protagonismo revolucionario. De hecho, el anarquismo fue más fuerte en países de economía agraria, como Rusia o España, que en los industrializados.
  • La dictadura del proletariado como vía transitoria a la sociedad comunista, una de las piezas fundamentales de la teoría marxista, era rechazada por Bakunin, al considerar que todo tipo de Estado, inclusive uno de trabajadores, constituía un peligro para las libertades individuales. Texto. Diferencias entre Bakunin y Marx: el Estado Texto. Diferencias entre Bakunin y Marx: la dictadura del proletariado
  • La intervención de la clase trabajadora en el juego político por medio de la creación de partidos obreros, e incluso su colaboración con partidos de carácter burgués si éstos apoyasen los intereses del proletariado, fue rebatida por Bakunin, quien sostenía que los obreros sólo debían organizarse en torno a sindicatos y no intervenir jamás en política (parlamento, elecciones, etc), ya que ello acabaría por desvirtuar su fuerza revolucionaria.

Historia de la Asociación Internacional de Trabajadores



 Iª INTERNACIONAL – AIT  

La Asociación Internacional de los Trabajadores (AIT) o Primera Internacional, fue la primera gran organización que trató de unir a los trabajadores de los diferentes países.

Fundada en Londres en 1864, agrupó inicialmente a los sindicalistas ingleses, anarquistas y socialistas franceses e italianos republicanos. Sus fines eran la organización política del proletariado en Europa y el resto del mundo, así como un foro para examinar problemas en común y proponer líneas de acción. Colaboraron en ella Karl Marx y Friedrich Engels. Las grandes tensiones existentes entre Marx y Mijaíl Bakunin llevaron a la escisión entre marxistas y anarquistas, tras lo cual los partidarios de Bakunin fueron expulsados.

En 1872 el Consejo General de la AIT se traslada desde Londres, donde está ubicado desde sus inicios, a Nueva York, disolviéndose oficialmente en 1876. En 1889 se establece la Segunda Internacional, de corte socialdemócrata, como la sucesora en sus fines políticos, y que durará hasta 1916, y en 1922 aparece la Asociación Internacional de los Trabajadores organización anarcosindicalista, que pretende recoger el testigo del ala libertaria y que llega hasta la actualidad.

La Primera Internacional fue considerada como uno de los mayores factores que condujeron a la creación de la Comuna de París de 1871. Aunque esta idea es disputada, Marx hizo un escrito en relación con la defensa de la Comuna. Publicado como La Guerra Civil en Francia (1871), reúne el primer (julio 1870) y segundo manifiestos (septiembre 1870) del Consejo General la AIT y el manifiesto de junio de 1871, escritos por Marx.

Manifiesto inaugural


En Londres, cuando se fundó la Primera Internacional

28 de setiembre de 1864


Desde hace varios días están llegando a la capital británica nutridas delegaciones de obreros y asalariados en general provenientes de todos los rincones del planeta.
Estos representantes de gremios y sindicatos han sido convocados a un congreso que sesionó hoy y que puede considerarse histórico pues es la primera vez que tiene lugar un encuentro internacional de trabajadores, tal vez respondiendo a la consigna de "proletarios de todos los países, ¡uníos!", con que concluía el Manifiesto Comunista..
Sin duda el "fantasma" de que hablaba el pensador alemán Karl Marx parece dispuesto a seguir recorriendo el mundo para inquietar a patronos y jefes de Estado, luego de 16 años de publicada la obra.
Pero los sindicatos que se han dado cita hoy aquí no responden todos a la tendencia llamada marxista. Londres ha reunido un crisol ideológico en el que están representadas prácticamente todas las corrientes del pensamiento social de los últimos tiempos: Fourier, Owens, Saint-SimonBakunin siguen inspirando a los líderes sindicales.
El origen de este movimiento está en la solidaridad con los trabajadores polacos que están siendo duramente reprimidos en su lucha reivindicativa.
Pero obviamente, esta Asociación Obrera Internacional no ha surgido solamente para responder al problema puntual de los obreros polacos, sino que pretende convertirse en la vanguardia mundial de la lucha contra el capitalismo, un sistema percibido por los dirigentes sindicales como el enemigo público número uno de la clase obrera.
De esta primera asamblea ha surgido un Comité --abierto a nuevas incorporaciones-- encargado de redactar los estatutos de la Asociación.
Al concluir la reunión, nuestro corresponsal conversó con un delegado textil de Milán, quien no dudó en afirmar: "La nostra patria è il mondo intero".



La Política de la Internacional



I
Habíamos creído hasta ahora, dice la Montagne, que las opiniones políticas y religiosas serían independientes de la cualidad de los miembros de la Internacional. En cuanto a nosotros se refiere, en ese terreno nos ubicamos.
Podría creerse, a primera vista, que Coullery tiene razón puesto que, en efecto, la Internacional, aceptando en su seno un nuevo miembro no le pregunta si es religioso o ateo; si pertenece a tal partido político o a ninguno. Le pregunta solamente: ¿eres obrero o si no lo eres, quieres, sientes el deseo y la fuerza de abrazar francamente, completamente la causa de los obreros, de identificarte con ella excluyendo todas las otras causas que podrían serle contrarias?
¿Sientes que los obreros, que producen todas las riquezas del mundo, son los creadores de la civilización y han conquistado todas las libertades burguesas, están condenados hoy a la miseria, a la ignorancia y a la esclavitud? ¿Has comprendido que la causa principal de todos los males que soporta el obrero es la miseria y que ésta, la condición de todos los trabajadores en el mundo, es una consecuencia necesaria de la organización económica actual de la sociedad y sobre todo del avasallamiento del proletariado bajo el yugo del capital, es decir de la burguesía?
¿Has comprendido que entre el proletariado y la burguesía existe un antagonismo que es irreconciliable porque es una consecuencia necesaria de sus posiciones respectivas? ¿Y que la prosperidad de la clase burguesa es incompatible con el bienestar y la libertad de los trabajadores, porque esta prosperidad exclusiva no puede estar fundada más que sobre la explotación y el avasallamiento de su trabajo y que, por esa misma razón, la prosperidad y la dignidad humana de las masas obreras exigen la absoluta abolición de la burguesía como clase separada? ¿Y que, por consecuencia, la guerra entre el proletariado y la burguesía es ineludible y no puede terminar de otra forma que por la destrucción de esta última?
¿Has comprendido que ningún obrero, por más inteligente y por más enérgico que sea, no es capaz de luchar solo contra el poder tan bien organizado de los burgueses, principalmente representado y sostenido por los organismos del Estado, de todos los Estados? ¿Y que para reforzarte te debes asociar, no con los burgueses que sería de tu parte una tontería o un crimen, porque todos ellos en tanto que burgueses son nuestros enemigos irreconciliables, ni con los obreros infieles que serían bastantes cobardes como para ir a mendigar las sonrisas y la benevolencia de los burgueses, sino con los obreros honestos, enérgicos y que quieren con franqueza lo mismo que lo que tú quieres?
¿Has comprendido que dada la coalición formidable de todas las clases privilegiadas, de todos los propietarios, los capitalistas y los Estados del mundo, una asociación obrera aislada, local o nacional, aunque pertenezca a uno de los más grandes países de Europa, no podrá jamás triunfar y que por oponerse a esta coalición y para obtener ese triunfo no hace falta más que la unión de todas las asociaciones obreras locales y nacionales en una asociación universal, la gran Asociación Internacional de los trabajadores de todos los países?
Si tú sientes, si has comprendido bien, y si quieres realmente todo eso, ven con nosotros cualesquiera sean tus creencias políticas y religiosas. Pero para que nosotros te podamos aceptar, nos debes prometer: 1° subordinar desde ahora tus intereses personales y aun los de tu familia así como tus convicciones y manifestaciones políticas y religiosas al interés supremo de nuestra asociación: la lucha del trabajo contra el capital, de los trabajadores contra la burguesía sobre el terreno económico; 2° no transigir jamás con los burgueses por un interés personal; 3° no buscar jamás elevarte individualmente, solamente para tu propia persona por encima de la masa obrera, lo que haría inmediatamente de ti mismo un burgués, un enemigo y un explotador del proletariado, puesto que toda la diferencia entre el burgués y el trabajador es ésa: que el primero busca su bienestar siempre fuera de lo colectivo y que el segundo no lo busca ni lo pretende conquistar más que solidariamente con todos aquellos que trabajan y son explotados por el capital burgués; 4° tú siempre seguirás fiel a la solidaridad obrera puesto que la mínima traición a ella es considerada por la Internacional como el mayor crimen y como la mayor infamia que un obrero pudiera cometer. En una palabra, debes aceptar francamente, plenamente, nuestros estatutos generales y tomar el solemne compromiso de conformar a ello tus actos y tu vida.
Pensamos que los fundadores de la Asociación han actuado primero con una gran sabiduría al eliminar del programa de esta asociación todas las cuestiones políticas y religiosas. Sin duda no les faltaron ni opiniones políticas ni antirreligiosas muy marcadas, pero se abstuvieron de emitirlas en este programa, porque el fin principal era, ante todo, unir las masas obreras del mundo civilizado en una acción común. Necesariamente, debieron buscar una base común, una serie de simples principios sobre los cuales todos los obreros, cualesquiera fueran por otra parte sus aberraciones políticas y religiosas, siendo al menos obreros serios, es decir hombres duramente explotados y sufridos, están y deben estar de acuerdo.
Si ellos hubieran enarbolado la bandera de un sistema político y antirreligioso, lejos de unir a los obreros de Europa, los hubieran dividido aún más porque, ayudados por la propia ignorancia de estos últimos, la propaganda interesada y un alto grado de corrupción de los sacerdotes, de los gobiernos y de todos los partidos políticos burgueses sin exceptuar los más “rojos”, ha expandido una multitud de ideas falsas entre las masas obreras que, enceguecidas, desgraciadamente se apasionan aún demasiadas veces por mentiras que no tienen otro fin que servir, voluntaria y estúpidamente, en detrimento de sus propios intereses, aquellos de las clases privilegiadas.
Por otra parte, existe todavía una gran diferencia entre los grados de desarrollo industrial, político, intelectual y moral de las masas obreras en los diferentes países, para que sea posible unirlos hoy en un único y mismo programa político y antirreligioso. Exponer tal programa como propio de la Internacional, hacer de ello una condición absoluta de ingreso en esta Asociación, sería querer organizar una secta, no una asociación universal, sería matar la Internacional.
Ha habido otra razón aún que ha hecho eliminar desde el principio del programa de la Internacional, en apariencia al menos y solamente en apariencia, toda tendencia política.
Hasta ese momento y desde el comienzo de la historia, no ha habido todavía una política del pueblo, entendiendo como tal el bajo pueblo, la chusma obrera que compone el mundo laboral. No ha habido otra política que la de las clases privilegiadas. Estas clases se han ido sirviendo de la potencia muscular del pueblo para destronarse mutuamente y para quitarse el lugar una a otra. El pueblo a su vez nunca tomó partido por unas contra otras sino con la vaga esperanza que por lo menos una de estas revoluciones políticas, ninguna se hizo sin él, ninguna se hizo por él, le iba a traer algo de alivio en su miseria y su esclavitud seculares. Siempre se equivocó. Incluso la gran Revolución Francesa lo engañó. Ésta mató a la aristocracia de abolengo y puso en su sitio a la burguesía. El pueblo ya no se llama ni esclavo ni siervo, se le proclama nacido libre en derecho, pero de hecho su esclavitud y su miseria siguen las mismas.
Y se quedarán iguales mientras las masas populares continúen siendo un instrumento de la política burguesa, llámese conservadora, liberal, progresista, radical, y aun de darse las apariencias más revolucionarias del mundo. En efecto cualquier política burguesa, sea cual sea el color y el nombre, no puede tener en el fondo más que una meta única: el mantenimiento de la dominación burguesa; y la dominación burguesa es la esclavitud del proletariado.
¿Qué tuvo que hacer la Internacional? Tuvo primero que separar las masas obreras de toda política burguesa, tuvo que eliminar de su programa todos los programas políticos burgueses. Pero, en la época de su fundación, no había en el mundo otra política que la de la Iglesia o de la monarquía, o de la aristocracia, o de la burguesía. La de la burguesía radical era sin lugar a dudas más liberal y más humana que las otras, pero se fundaba igualmente en la explotación de las masas obreras y no tenía en realidad otro fin que competir por el monopolio de dicha explotación. La Internacional tuvo pues que comenzar a preparar el terreno, y como toda política, desde el punto de vista de la emancipación laboral, se encontraba entonces mezclada con elementos reaccionarios. Debió primero rechazar de sí misma todos los sistemas políticos conocidos, para poder fundar, sobre estas ruinas del mundo burgués, la verdadera política de los trabajadores, la política de la Asociación Internacional. (L’Égalité, N° 29, 7 de agosto de 1869.)
II
Los fundadores de la Asociación Internacional de Trabajadores obraron con mucha sabiduría al evitar de colocar principios políticos y filosóficos como base de esta asociación. Primero sólo le dieron por único fundamento la lucha exclusivamente económica del trabajo contra el capital. Ellos tenían la certeza que en cuanto un obrero pisa este terreno, toma confianza tanto en su derecho como en su fuerza numérica, se compromete con sus compañeros de trabajo en una lucha solidaria contra la explotación burguesa. Así él será necesariamente llevado por la fuerza misma de las cosas y por el desarrollo de esa lucha a reconocer pronto todos los principios políticos, socialistas y filosóficos de la Internacional. Principios que no son, en efecto, nada más que la justa exposición de su punto de partida, de su fin.
Hemos expuesto esos principios en nuestros últimos artículos. Desde el punto de vista político y social, ellos tienen por consecuencia necesaria la abolición de clases y por ello la abolición de la burguesía que es hoy la clase dominante; así como la abolición de todos los Estados territoriales, de todas las patrias políticas y sobre su ruina, el establecimiento de la gran federación internacional de todos sus grupos productivos nacionales y locales. Desde el punto de vista filosófico, por buscar nada menos que a la realización del ideal humano, del bienestar humano, de la igualdad, de la justicia y de la libertad sobre la tierra, por convertir en inútiles todos los complementos celestes y todas las esperanzas de un mundo mejor, estos principios tendrán por consecuencia, igualmente necesaria, la abolición de los cultos y de todos los sistemas religiosos.
Se debe anunciar primero esos dos fines a los obreros que los ignoran, aplastados por el trabajo de cada día y desmoralizados, prisioneros, diríamos a sabiendas, de doctrinas perversas que los gobiernos, de concierto con todas las castas privilegiadas, prelados, nobleza, burguesía le distribuyen a manos plenas. Se espantarán; rechazarán tal vez, sin poner en duda que todas esas ideas no son más que la fiel expresión de sus propios intereses; que sus fines llevan en ellos la realización de sus aspiraciones más queridas y que, al contrario, los prejuicios religiosos y políticos en nombre de los cuales ellos se opondrán tal vez, son la causa directa de la prolongación de la esclavitud y la miseria.
Hace falta distinguir cuidadosamente entre los prejuicios de las masas populares y los de la clase privilegiada. Los prejuicios de las masas, como acabamos de decirlo, no están fundados más que en la ignorancia y resultan muy desfavorables a sus intereses, mientras que los de la burguesía se basan precisamente en los intereses de esta clase, y sólo se mantienen, en contra de la acción disolvente de la misma ciencia burguesa, gracias al egoísmo colectivo de los burgueses. El pueblo quiere, pero no sabe; la burguesía sabe, pero no quiere. Entre ambos, ¿quién es incurable? La burguesía, sin lugar a dudas.
Regla general: no se puede convertir más que a quienes sien- tan la necesidad de serlo, a quienes lleven ya en sus instintos o en las miserias de su posición, sea exterior, sea interior, todo lo que se quiere darles. Nunca se van a convertir a quienes no sientan la necesidad de cambio alguno, incluso a quienes, a pesar del deseo que tienen de dejar una posición que los enoja, los empuja la índole de sus costumbres morales, intelectuales y sociales, a buscarla en un mundo que no es el de nuestras ideas.
Tratemos de convertir, pongo el caso, al socialismo a un noble que codicia la riqueza, a un burgués que quisiera ser noble o aun un obrero que no aspirara con todas las fuerzas de su alma a otra cosa que ser burgués. ¡Convertir asimismo a un aristócrata de la inteligencia, real o imaginaria, a un sabio, un “medio sabio”, un cuarto, un décimo, una centésima parte de un sabio que, lleno de ostentación científica y sólo porque han tenido a menudo la dicha de haber comprendido más o menos bien algunos libros, están llenos de desprecio arrogante por las masas iletradas y se imaginan que están llamados a formar entre ellos una nueva casta dominante, es decir explotadora!
No hay razonamiento ni propaganda alguna que consigan ser capaces de convertir a esos desdichados. Para convencerlos no hay más que un medio: es el hecho, la destrucción misma de la posibilidad de situaciones privilegiadas, de toda dominación y de toda explotación; es la revolución social que barriendo todo lo que constituye la desigualdad en el mundo, los moralizará al forzarlos a buscar su felicidad en la igualdad y en la solidaridad.
Es diferente lo que ocurre con los obreros conscientes. Entendemos como tales todos los que están de verdad aplastados por el peso del trabajo, todos aquellos cuya posición es tan precaria y tan miserable que ninguno, al menos sólo en circunstancias absolutamente extraordinarias, pudiera tener siquiera la idea de conquistar por sí mismo y sólo por sí mismo en las condiciones económicas y en el medio social actual, una posición mejor, llegar a ser, por ejemplo a su vez, un patrón o un consejero de gobierno. Ubicamos sin duda también en esta categoría a los raros y generosos obreros que poseyendo la posibilidad de subir individualmente por encima de la clase obrera, no buscan aprovechar de eso, prefieren antes sufrir algún tiempo más solidariamente con sus camaradas de miseria, de explotación burguesa, a fin de no a ser a su vez, ellos mismos, explotadores. Ésos no tienen necesidad de ser convertidos: ya son socialistas puros.
Hablamos de la gran masa obrera que, aplastada por su trabajo cotidiano, se encuentra ignorante y miserable. Ésta, cualesquiera sean los prejuicios políticos y religiosos que se han encargado -y a veces logrado en parte- de introducir en su conciencia, es socialista sin saberlo. Ella es en el fondo de su instinto y por la fuerza misma de su posición, más seriamente, más realmente, socialista que todos los socialistas científicos y burgueses tomados en su conjunto. Ella lo es, por todas las condiciones de su existencia material, por las mismas necesidades de su vida, mientras que estos últimos no lo son más que por las demandas de sus espíritus. Y en la vida real, las necesidades de la gente ejercen siempre un poder mucho más fuerte que las del pensamiento, siendo éste como siempre y en todos los casos la expresión del ser, el reflejo de sus desarrollos sucesivos pero jamás su principio.
Lo que falta a los obreros no es la realidad, la necesidad auténtica de las aspiraciones socialistas. Es sólo el pensamiento socialista. Lo que cada obrero reclama desde el fondo de su corazón es una existencia plenamente humana para el bienestar material como el desarrollo intelectual, fundada en la justicia, es decir en la igualdad y en la libertad de cada uno y de todos, en el trabajo. Este ideal instintivo de cada uno, que no vive más que de su propio trabajo, no puede evidentemente realizarse en el mundo social y político actual, que está fundado en la injusticia y en la explotación cínica del trabajo de las masas obreras. Por lo tanto, cada obrero serio es necesariamente un revolucionario socialista puesto que su emancipación no puede efectuarse sino mediante el derrocamiento de todo lo ahora existente. O debe perecer esta organización de la injusticia, con todo su muestrario de leyes inicuas y de instituciones privilegiadas, o las masas obreras permanecerán condenadas a una esclavitud eterna.
He aquí el ideal socialista cuyos gérmenes se encontrarán en lo instintivo de cada trabajador serio. El fin es, entonces, darle la plena conciencia de lo que él quiere, hacer nacer en él una idea que corresponda a su instinto, puesto que en cuanto el pensamiento de las masas obreras se haya elevado a la altura de su instinto, su voluntad será decidida y su pujanza se volverá irresistible.
¿Qué es lo que impide aún el desarrollo más rápido de este sano ideal en el seno de las masas obreras? El desconocimiento, sin duda y en gran parte los prejuicios políticos y religiosos con que las clases interesadas en ello se esfuerzan todavía hoy en oscurecerles sus conciencias y su inteligencia natural. ¿Cómo disipar esta ignorancia, cómo destruir esos maléficos prejuicios? ¿Por la instrucción y por la propaganda?
Son éstos sin duda, grandes y buenos medios pero en el estado actual de las masas obreras resultan insuficientes. El obrero aislado está demasiado aplastado por el trabajo y por sus preocupaciones cotidianas para encontrar tiempo que dedicar a su propia instrucción. Y por otro lado, ¿quién hará esta propaganda? ¿Serán esos pocos socialistas sinceros, salidos de la burguesía que están llenos de generosa voluntad, sin duda, pero que son muy poco numerosos en principio para dar a la propaganda toda la amplitud necesaria y que, por otra parte, perteneciendo por su posición a un medio diferente, no tienen del mundo obrero toda la comprensión necesaria, provocando por ello desconfianzas más o menos legítimas? “La emancipación de los trabajadores será obra de ellos mismos”, dice el preámbulo de nuestros estatutos generales. Tiene mil veces razón decirlo. Es la base principal de nuestra gran Asociación. Pero el mundo obrero permanece todavía ignorante de una teoría que le falta aún completamente. Así no le queda más que una sola vía, la de suemancipación por la práctica. ¿Cuál puede y debe ser esta práctica? No hay más que una. Es la de la lucha solidaria de los obreros contra los patrones y su carácter fundamental: la organización y la federación de los sindicatos de resistencia. (L’Egalité. N° 30, 14 de agosto de 1869.)
III
Si en principio la Internacional se muestra indulgente con las ideas subversivas y reaccionarias, ya sea en política como en religión, que los obreros pueden tener al entrar en su seno, no es para nada por indiferencia hacia estas ideas. No se la puede calificar de indiferente puesto que las detesta y las rechaza con toda su fuerza dado que toda idea reaccionaria es lo opuesto del principio mismo de la Internacional, como lo hemos demostrado en nuestros precedentes artículos.
Esta indulgencia, lo repetimos, ha sido inspirada por una gran sabiduría. Sabiendo perfectamente que todo obrero consciente es socialista por todas las necesidades inherentes a su posición miserable y que las ideas reaccionarias que pudiera tener no pueden ser sino el efecto de su ignorancia, la Internacional cuenta con la experiencia colectiva que el obrero adquirirá en el seno de la Asociación y sobre todo, con el desarrollo de la lucha colectiva de los trabajadores contra los patrones, para libertarlo.
Y en efecto, en cuanto un obrero vaya adquiriendo fe en la posibilidad de una próxima transformación radical de la situación económica, asociado con sus compañeros, comience a luchar seriamente por la disminución de sus horas de trabajo y el aumento de su salario; empiece a interesarse vivamente en esta lucha tan material, se podrá estar seguro que él abandonará muy pronto todas sus preocupaciones celestiales. Habituándose a contar sobre todo con la fuerza colectiva de los trabajado- res, renunciará voluntariamente al socorro del cielo. El socialismo tomará en su espíritu el lugar de la religión.
Lo mismo ha de pasar con la política reaccionaria. Ella perderá su pilar principal a medida que la conciencia del obrero se vea librada de la opresión religiosa. Por otra parte la lucha económica, al desarrollarse y extenderse siempre más, le hará conocer progresivamente, de una manera práctica y por la experiencia colectiva que es necesariamente siempre más instructiva y más amplia que cada experiencia aislada, sus verdaderos enemigos: las clases privilegiadas, incluidas en ellas el clero, la burguesía, la nobleza y el Estado. Éste no estando más que para salvaguardar todos los privilegios de esas clases y tomar necesariamente siempre partido contra el proletariado.
El obrero así comprometido en la lucha terminará forzosamente por comprender el antagonismo irreconciliable que existe entre esos secuaces de la reacción y sus más queridos intereses humanos y, llegado a ese punto, no dejará de reconocerse y de ubicarse cabalmente como un socialista revolucionario.
No ocurre lo mismo con los burgueses. Todos sus intereses son contrarios a la transformación económica de la sociedad y si sus ideas son contrarias también, si sus ideas son reaccionarias o como se las designa gentilmente ahora, moderadas; si su inteligencia y su corazón rechazan ese gran acto de justicia y de emancipación que nosotros llamamos la revolución social; si sienten horror a la igualdad social real, es decir la igualdad política, social y económica a la vez; si, en el fondo de su alma quieren guardar para sí, para su clase y para sus hijos un solo privilegio, aunque no fuera mas que el de la inteligencia, como lo hacen hoy muchos socialistas burgueses; si ellos no aborrecen, no solamente con toda la lógica de sus espíritus sino con toda la pujanza de su pasión, el actual orden de las cosas, entonces se puede estar seguro que ellos permanecerán reaccionarios, enemigos de la clase obrera por toda la vida. Es necesario alejarlos de la Internacional.
Es necesario tenerlos muy lejos, puesto que no entrarían allí sino para desmoralizarla y desviarla de su camino. Hay, por otro lado, un signo infalible por el que los obreros pueden reconocer si un burgués, que pide ser recibido en sus filas viene a ellos francamente, sin sombra de hipocresía y sin doble intención conspirativa. Ese signo son las relaciones que él ha conservado con el mundo burgués.
El antagonismo que existe entre el mundo obrero y el mundo burgués toma un carácter cada vez más pronunciado. Cualquier hombre que piense seriamente, cuyos sentimientos e imaginación no se hayan alterado por la influencia frecuentemente inconsciente de los sofismas interesados, debe comprender hoy que ninguna reconciliación entre ambos mundos es posible. Los trabajadores quieren la igualdad y los burgueses quieren el mantenimiento de la desigualdad. Evidentemente una destruye la otra. Así la gran mayoría de los burgueses capitalistas y propietarios, los que tienen el coraje de confesar francamente lo que quieren, tienen también el de manifestar con la misma franqueza el horror que les inspira el movimiento actual de la clase obrera. Son ésos los enemigos tan decididos como sinceros, los conocemos. Y está bien así.
Pero hay otra categoría de burgueses que no tienen ni la misma franqueza ni el mismo coraje. Enemigos de la liquidación social a la que nosotros llamamos con todo el poder de nuestra alma como a un gran acto de justicia, como el punto de partida necesario y la base indispensable de una organización igualitaria y racional de la sociedad, ellos quieren como todos los otros burgueses conservar la desigualdad económica, fuente eterna de todas las otras desigualdades. Al mismo tiempo pretenden querer como nosotros la emancipación integral del trabajador y de su trabajo. Mantienen contra nosotros, con una pasión digna de los burgueses más reaccionarios, la causa misma de la esclavitud del proletariado, la separación del trabajo y de la propiedad inmobiliaria o capitalizada, representada hoy por dos clases diferentes y ellos se sitúan, sin embargo, como los apóstoles de la liberación de la clase obrera del yugo de la propiedad y del capital.
¿Se equivocan o engañan? Algunos de ellos se equivocan con buena fe. Muchos engañan. La mayoría se equivoca y engaña a la vez. Pertenecen a esa categoría los burgueses radicales y los socialistas burgueses que fundaron la Liga de la Paz y de la Libertad.
¿Es socialista esta Liga? Al comienzo, y durante el primer año de su existencia, como tuvimos ya la oportunidad de decir, rechazó con horror el socialismo. El año pasado, su Congreso de Berna rechazó triunfalmente el principio de igualdad económica. Actualmente sintiéndose morir y deseando vivir un poco más, comprendiendo al fin que ninguna existencia política es desde ahora posible sin la cuestión social, ella se dice socialista, se ha convertido en socialista burguesa, lo que equivale a decir que quiere resolver todas las cuestiones sociales sobre la base de la desigualdad económica. Quiere y debe conservar el interés del capital y la renta de la tierra, pretendiendo que con esto se podrá emancipar a los trabajadores. Se esfuerza en dar consistencia a la insensatez.
¿Por qué lo hace? ¿Qué es lo que le hace emprender una obra tan incongruente como estéril? No es nada difícil comprenderlo.
Una gran parte de la burguesía está fatigada del reinado del cesarismo y del militarismo que ella misma fundó en 1848 por miedo al proletariado. Basta la memoria de las jornadas de junio, anticipo de las jornadas de diciembre. Recuérdese esa Asamblea nacional que, después de los hechos de junio, maldiciendo e insultando, a la unanimidad salvo por una voz, al ilustre y al heroico socialista Proudhon, el único valiente que desafió con el socialismo a esa tropilla rabiosa de burgueses conservadores, liberales y radicales. No hay que olvidar que entre esos insultadores hay una cantidad de ciudadanos todavía vivos y que hoy, más militantes que nunca, bautizados por las persecuciones de diciembre, han llegado a ser los mártires de la libertad. Por lo tanto, no hay la menor duda que la burguesía entera, incluida también la burguesía radical, ha sido verdaderamente la creadora del despotismo cesáreo y militarista cuyos efectos deplora hoy. Después de haberse servido de ello contra el proletariado quisiera ahora librarse de sus efectos. Nada más natural: ese régimen la humilla y la arruina. Pero ¿cómo liberarse de él? Antes, era ella valiente y poderosa; tenía la pujanza de sus conquistas. Hoy, es cobarde y débil; está aquejada de la impotencia de los viejos. Confiesa del todo su debilidad y siente que sola no puede hacer nada. Le hace falta, por lo tanto, una ayuda. Esa ayuda no puede ser otra que la del proletariado. Hay que ganárselo entonces.
¿Pero cómo ganarlo? ¿Por promesas de libertad e igualdad política? Ésas son palabras que no conmueven más al proletariado. Ellos han aprendido a costas suyas, han comprendido por una dura experiencia que esas palabras no significan otra cosa que el mantenimiento de su esclavitud económica, algunas veces más dura que en el pasado. Entonces, si se quiere llegar al corazón de esos millones de miserables esclavos del trabajo, hay que hablarles de su emancipación económica. No hay ahora un obrero que no sepa que está ahí su única base seria y real de todas las emancipaciones. Es decir, es necesario hablarle de reformas económicas de la sociedad.
Así pensaron los socios de la Liga por la Paz y la Libertad, hablémosle de eso, digámonos también socialistas. Prometámosles reformas económicas y sociales a condición de que quieran respetar las bases de la civilización y de la omnipotencia burguesa: la propiedad individual y hereditaria, el interés sobre el capital y la renta de la tierra. Persuadámoslos que sólo bajo esas condiciones, que además nos aseguran la dominación y a los trabajadores la esclavitud, éstos podrán ser emancipados.
Más aún, hay que persuadirlos que, para realizar todas esas reformas sociales, primero hay que hacer una revolución política, exclusivamente política, tan roja como les guste desde el punto de vista político, con gran derribo de cabezas si eso fuera necesario, pero con el más grande respeto por la santa propiedad. Una revolución absolutamente jacobina, en una palabra, que nos convertirá en dueños de la situación y una vez dueños, les daremos a los obreros lo que podamos y lo que queramos.
Es éste un signo infalible por el cual los obreros pueden reconocer un falso socialista, un socialista burgués. Si en lugar de hablar de revolución o si se quiere de transformación social, él les dice que la transformación política debe preceder la transformación económica; si niega que ellas deben hacerse las dos a la vez o incluso que la revolución política no debe ser otra cosa que la puesta en acción inmediata y directa de la plena y entera liquidación social, que el obrero le dé la espalda pues o es un tonto, o un hipócrita explotador. (L’ Egalité. N° 31, 21 de agosto 1869.)
IV
La Asociación Internacional de los Trabajadores por mantenerse fiel a sus principios y por no desviarse de la única vía para llevarlos a cabo, debe prepararse sobre todo contra las influencias de dos suertes de socialistas burgueses: los partidarios de la política burguesa, incluidos también los revolucionarios burgueses y aquellos de la cooperación burguesa, o los sedicentes hombres prácticos.
Empecemos por los primeros:
La emancipación económica, dijimos en nuestro primer artículo, es la base de todas las otras emancipaciones. Resumimos en esta palabra toda la política de la Internacional. Leemos, en efecto, en los considerandos de nuestros estatutos generales la declaración siguiente:
“Que el sometimiento del trabajo al capital es la fuente de toda la servidumbre política, moral y material y que, por esta razón, la emancipación económica de los trabajadores es la gran meta a la que debe estar subordinado todo movimiento político”.
Y está claro que todo movimiento político que no tenga por objeto inmediato y directo la emancipación económica definitiva y completa de los trabajadores y que no haya inscripto sobre su bandera, de una manera determinada y muy clara el principio de la igualdad económica, lo que quiere decir la restitución integral del capital al trabajo o la liquidación social, todo movimiento político semejante es burgués, y como tal, debe ser excluido de la Internacional.
Debe por lo tanto ser excluida sin piedad la política de burgueses demócratas o socialistas burgueses. Cuando declaran que “la libertad política es la condición previa a la emancipación económica” no pueden significar esas palabras otra cosa que esto: las reformas o la revolución políticas deben preceder las reformas o la revolución económica. Los obreros deben, por consiguiente, aliarse a los burgueses más o menos radicales, para llevar a cabo en un primer tiempo estas primeras reformas, para luego estar contra ellos y realizar las últimas.
Protestamos abiertamente contra esta funesta teoría que no podría finalizar, para los trabajadores, más que en hacerlos servir, una vez más, de instrumento contra ellos mismos y entregarlos de nuevo a la explotación de los burgueses.
Conquistar la libertad política primero no puede significar otra cosa que conquistarla en primer lugar, dejando al menos, durante los primeros días, las relaciones económicas y sociales en el estado que están, es decir los propietarios y los capitalistas con su insolente riqueza, y los trabajadores con su pobreza.
Pero esta libertad una vez conquistada, dicen, servirá a los trabajadores de instrumento para conquistar más tarde la igualdad o la justicia económica.
La libertad, en efecto, es un instrumento mágico y poderoso. Todo está en saber si los trabajadores podrán realmente servirse de ella, si ella estará realmente en su posesión, o si, como ha sido siempre hasta ahora, sulibertad política no sería más que una apariencia engañosa, una ficción.
Un obrero, en su situación económica presente, al que se le habla de libertad política, podría responder con la letra de una canción muy conocida:
No hablen de libertad.
La pobreza es la esclavitud.
Y en efecto, es preciso estar enamorado de las ilusiones para imaginarse que un obrero, en las condiciones económicas y sociales en las que se encuentra actualmente, pueda aprovechar plenamente, hacer un uso serio y real de su libertad política. Les faltan para eso dos cositas: el tiempo libre y los medios materiales.
Además, ¿acaso no lo hemos visto en Francia, al día siguiente de la revolución de 1848, la revolución más radical que se puede desear desde el punto de vista político?
Los obreros franceses, por cierto, no eran ignorantes ni indiferentes y a pesar del sufragio universal más amplio, tuvieron que dejar actuar a los burgueses. ¿Por qué? Por no tener los medios materiales necesarios para que la libertad política se convirtiera en una realidad, porque permanecieron los esclavos de un trabajo forzado por el hambre. Mientras tanto los burgueses radicales, liberales y aun conservadores, unos republicanos de la víspera, otros convertidos al día siguiente, iban y venían, agitaban, hablaban, obraban y conspiraban libremente, unos gracias a sus rentas o su lucrativa posición burguesa, otros gracias al presupuesto del Estado que desde luego habían conservado y que igualmente habían fortalecido más que nunca.
Sabemos lo que resultó de esto: primero las jornadas de junio; más tarde, como consecuencia necesaria, las jornadas de diciembre.
Pero, se dirá, los trabajadores vueltos más sabios por la misma experiencia que hicieron, ya no enviarán burgueses a las asambleas constituyentes legislativas; enviarán simples obreros. Por pobres que sean, podrán proveer el mantenimiento necesario a sus diputados. ¿Saben ustedes lo que resultará? Los obreros diputados, transportados en las condiciones de existencia burguesa y en una atmósfera de ideas políticas completamente burguesas, cesarán de ser trabajadores de hecho para convertirse en hombres de Estado. Se convertirán en burgueses ellos mismos, y quizás incluso más burgueses que los burgueses mismos. En efecto los hombres no crean las posiciones; son las posiciones, al contrario, las que hacen a los hombres. Sabemos por experiencia que los obreros burgueses no son a menudo ni menos egoístas que los explotadores burgueses ni menos funestos a la Asociación que los burgueses socialistas, ni menos vanidosos y ridículos que los burgueses ennoblecidos.
Sea como fuere y se dijere, mientras el trabajador quede sumergido en su estado actual, no habrá para él ninguna libertad posible y aquellos que lo incitan a conquistar las libertades políticas sin tocar primero las candentes cuestiones del socialismo, sin pronunciar esa palabra que hace palidecer a los burgueses: laliquidación social, le dicen simplemente: conquista primero esta libertad para nosotros para que más tarde podamos nosotros servirnos de ella contra ti.
Pero, dirán, esos burgueses radicales son bienintencionados y sinceros. No hay buenas intenciones y sinceridad que duren frente a las influencias de la posición y puesto que hemos dicho que los mismos obreros colocados en esta situación se convertirían forzosamente en burgueses, con más razón, los burgueses que se mantendrán en esa posición, se mantendrán burgueses.
Si un burgués, inspirado por una gran pasión de justicia, de igualdad y de humanidad, quiere seriamente trabajar por la emancipación del proletariado, que comience en primer lugar por romper los lazos políticos y sociales, todas las relaciones de interés tanto como espirituales, de vanidad y de corazón con la burguesía. Que él comprenda primero que ninguna reconciliación es posible entre el proletariado y esta clase, que, viviendo sólo de la explotación de otros, es el enemigo natural del proletariado.
Después de haber vuelto definitivamente la espalda al mundo burgués, que venga entonces a alistarse bajo la bandera de los trabajadores sobre la que están inscriptas estas palabras: “Justicia, Igualdad y Libertad para todos. Abolición de clases para la igualdad económica de todos; Liquidación social”. Él será bienvenido.
En cuanto a los socialistas burgueses como a los burgueses obreros que vendrán a hablarnos de conciliación entre la política burguesa y el socialismo de los trabajadores, sólo podemos aconsejar a los trabajadores que es necesario darles la espalda.
Los socialistas burgueses se esfuerzan en organizar hoy, con el cebo del socialismo, una formidable agitación obrera con el fin de conquistar la libertad política, una libertad que, como acabamos de ver, sólo sería provechosa para la burguesía. Las masas obreras llegadas a la comprensión de su situación, esclarecidas y dirigidas por el principio de la Internacional, se organizan en efecto y comienzan a formar una verdadera potencia, no sólo nacional sino internacional, no para atender los asuntos de los burgueses sino sus propios asuntos. Incluso para realizar este ideal burgués de una completa libertad política con instituciones republicanas es necesaria una revolución y ninguna revolución puede triunfar sin la fuerza del pueblo. Por lo tanto, es preciso que esta pujanza popular, cesando de sacar las castañas del fuego para los señores burgueses, no sirva para otra cosa que para hacer triunfar la causa del pueblo, la causa de todos los que trabajan contra todos los que explotan el trabajo.
La Asociación Internacional de los Trabajadores, fiel a este principio, no prestará jamás una mano a una agitación política que no tenga por fin inmediato y directo la completa emancipación del trabajador, o sea la abolición de la burguesía como clase económicamente separada de la masa de la población, ni a ninguna revolución que, desde el primer día, la primera hora, no inscriba en su bandera la liquidación social.
Pero las revoluciones no se improvisan. No las hacen arbitrariamente ni los individuos ni aun las poderosas asociaciones. Independientemente de toda voluntad y de toda conspiración, son llevadas siempre por la fuerza de los acontecimientos. Se las puede prever, algunas veces presentir su aproximación pero jamás acelerar la explosión.
Convencidos de esta verdad, nos hacemos una pregunta. ¿Cuál es la política que la Internacional debe seguir durante este período más o menos largo que nos separa de esta terrible revolución social que todo el mundo presiente actualmente?
Prescindiendo, como se lo ordenan los estatutos, de toda política nacional y local, ella dará a la agitación obrera en todos los países un carácter esencialmente económico, poniendo como fin: la disminución de las horas de trabajo y el aumento de los salarios; como medios: la asociación de las masas obreras y la formación de cajas de resistencia.
Hará la propaganda de sus principios, y siendo esos principios la expresión más pura de los intereses colectivos de los trabajadores del mundo entero, son el alma y constituyen toda la fuerza vital de la Asociación. Hará esta propaganda ampliamente, sin miramientos por las susceptibilidades burguesas, a fin de que cada trabajador, saliendo de la torpeza intelectual y moral en la que se han esforzado en mantenerlo, comprenda su situación, sepa bien lo que debe querer hacer y bajo cuáles condiciones debe conquistar sus derechos humanos.
La Asociación se extenderá en fin y se organizará con fuerza a través de las fronteras de todos los países, con el objeto de que, cuando la revolución, llevada por la fuerza de los acontecimientos, haya estallado, se encuentre una fuerza real que sepa lo que ella debe hacer y, por eso mismo, capaz de apoderársela y de darle una dirección verdaderamente saludable para el pueblo. Una organización internacional seria de las asociaciones obreras de todos los países, capaz de reemplazar este mundo político de los Estados y de la burguesía, que comienzan a desaparecer.
Terminamos esta fiel exposición de la política de la Internacional reproduciendo el último párrafo de los considerando de nuestros estatutos generales.
“El movimiento que se realiza entre los obreros de los países más industrializados de Europa, haciendo nacer nuevas esperanzas, hace la solemne advertencia de no caer para nada en los viejos errores.” (L’ Egalité. N° 32, 28 de agosto de 1869.)
Miguel Bakunin





Historia de la 1ª Internacional




Aquí presentamos una reseña histórica de la 1ª Internacional, extractada del libro Las tres primeras internacionales - su historia y sus lecciones - de NovackFrankel y Feldman.


La Primera Internacional (1864-76)

1. Formación de la Primera Internacional

La Primera Internacional nació en Inglaterra. Esto no fue accidental. Inglaterra, la cuna del capitalismo industrial, era el país económicamente más avanzado del siglo XIX. Los antagonismos de clase modernos surgieron primero y se desarrollaron más poderosamente en Inglaterra y fue allí donde primero se manifestaron las formas esenciales de la lucha proletaria contra la clase capitalista. En el gran Movimiento Cartista de 1840, Inglaterra presenció la primera movilización política del proletariado como clase. Fue en Inglaterra donde por primera vez la clase obrera se organizó en sindicatos. Los más intrépidos y visionarios líderes de la clase obrera inglesa fueron los primeros en llegar a una clara comprensión de la lucha de clases como factor histórico y principio táctico. Fue allí donde el proletariado adquirió antes el profundo sentido de la solidaridad internacional y la necesidad imperativa de concertar la acción en la lucha contra la sociedad capitalista basada en esta solidaridad.
La Primera Internacional no bajó del cielo completamente desarrollada ni fue la creación exclusiva de la grandiosa mente de Marx. Fue un producto genuino del movimiento de la clase obrera y de la iniciativa de su vanguardia. Creció sobre un terreno ya roturado con la lucha de clases y regado por las semillas del internacionalismo. Su aparición fue preparada por un grupo de precursores que había difundido las ideas y sentimientos de la solidaridad proletaria, ideas que penetraron en pequeños círculos de trabajadores conscientes, aún bajo las condiciones más adversas y decepcionantes.
Desde 1845 hasta 1864, hubo una serie de intentos de organización de la clase obrera que culminaron en la fundación de la Primera Internacional. Aquí señalaremos las tres organizaciones más importantes. La primera de ellas fue la Sociedad de Demócratas Fraternales, organizada en 1845 por Julian Harney en Londres, donde se aglutinaron los refugiados políticos de toda Europa. Esta fue la primera organización internacional de la clase obrera. La segunda fue la Liga Comunista que, basada en el trabajo de Marx y Engels, el Manifiesto comunista, dio al movimiento obrero internacional su primer programa científico y las bases teóricas correctas. La tercera fue el Comité Internacional organizado por Ernest Jones en Londres que, por medio de sus mítines masivos y manifiestos, mantuvo vivas las tradiciones del internacionalismo durante los reaccionarios años de 1850.
Cuando las condiciones para su fundación maduraron, la Primera Internacional fue construida sobre las bases del trabajo realizado por estos pioneros. Después de la derrota de las revoluciones de 1848 y durante el auge posterior del capitalismo en la década de 1850, el movimiento obrero estuvo terriblemente deprimido. A muchos parecía que nunca recobraría la intensidad revolucionaria que había desplegado en los momentos más candentes de los levantamientos de 1848. A pesar de que la idea del internacionalismo decayó, nunca estuvo totalmente extinguida. Se mantuvo viva en pequeños grupos aislados muy débiles, pero fieles líderes de la clase obrera. Aquellos que han pasado por períodos comparables de reacción y repliegue durante el siglo XX pueden comprender el carácter de la época.
Más tarde, a finales de la década de 1850, ocurrieron una serie de hechos que cambiaron la situación internacional y contribuyeron a revivir el movimiento obrero y por consiguiente al espíritu internacionalista. Los más importantes fueron la crisis económica de 1857, la más catastrófica y extendida del siglo XIX, la guerra de independencia italiana en 1859 y el estallido de la Guerra Civil en Estados Unidos en 1860 - 1861.
Estos grandes eventos históricos tuvieron consecuencias económicas y políticas extremadamente significativas en Francia e Inglaterra, los países más industrializados de Europa. Debilitaron la dictadura de Napoleón III y lo obligaron a extender las concesiones económicas y políticas a los, hasta ahora, atomizados obreros franceses. Paso a paso avanzaron los trabajadores. Se les dio la oportunidad de votar en las elecciones y se rechazaron las leyes que prohibían las organizaciones sindicales para mejorar las condiciones de vida.
Sin embargo, los desarrollos decisivos tuvieron lugar en Inglaterra. Aunque en 1825 los trabajadores ingleses conquistaron el derecho a sindicalizarse, las masas no tenían derecho a votar. Mientras tanto, el desarrollo continental del capitalismo había creado una competencia peligrosa para los trabajadores ingleses en la forma de trabajo sobreexplotado. Cuando intentaban asegurar salarios más altos, o menos horas de trabajo, los capitalistas ingleses amenazaban con importar fuerza de trabajo barata de Francia, Bélgica, Alemania y otros países. El estallido de la Guerra Civil norteamericana y el embargo de las exportaciones de algodónprodujo una crisis algodonera que causó gran miseria entre los obreros textiles ingleses.
Estas condiciones impactaron a los sindicatos británicos y precipitaron el desarrollo de lo que llegó a conocerse como el "Nuevo Sindicalismo" dirigido por un grupo de líderes experimentados de los mecánicos, carpinteros, ebanistas, constructores, zapateros y otros sindicatos.
Estos hombres reconocieron la necesidad de una lucha política a favor de los sindicatos y comenzaron a tomar un profundo interés en los asuntos nacionales y extranjeros. Realizaron enormes mítines de masas exigiendo la extensión del derecho al voto de los obreros, protestando por la conspiración del primer ministroPalmerston para intervenir en la Guerra Civil norteamericana contra el Norte, y dándole una recepción de bienvenida a Mazzini, luchador por la libertad italiana, quien visitó Londres en 1864.
Este despertar político de la clase obrera inglesa y francesa también revivió la idea del internacionalismo. La visita de delegados obreros franceses a la Exposición Mundial de Londres en 1862, aunada la conspiración conjunta de Francia, Inglaterra y Rusia para aplastar la insurrección polaca por la independencia en 1863, condujo a un intercambio de correspondencia sobre sus calamidades comunes y finalmente a un mitin conjunto de representantes obreros franceses e ingleses en el St. Martin's Hall en Londres, en setiembre 28 de 1864. Allí se decidió crear un comité que delineara los estatutos para una organización internacional obrera que deberían ser aprobados en un congreso internacional, citado al año siguiente en Bélgica. Las reseñas periodísticas sobre el comité, que estaba compuesto por numerosos sindicalistas y representantes obreros extranjeros, mencionaban en último lugar a Karl Marx, quien estaba destinado a ser una de las figuras más destacadas de la organización.
2. El papel de Marx.
Después de las derrotas de 1848, que precipitaron la disolución de la Liga Comunista, y durante los años siguientes de reacción, los exiliados Marx y Engels, a pesar de que siguieron de cerca los acontecimientos políticos, se dedicaron a su trabajo científico. Reconociendo que "hay un tiempo para cada cosa" esperaron un vuelco de la situación para desarrollar su actividad práctica de organización del movimiento obrero en condiciones más propicias. En el momento en que el movimiento obrero y revolucionario comenzó a revivir, los combatientes se pusieron su armadura y se sumergieron en la pelea con todas las armas a su alcance. El 13 de febrero de 1863, Marx escribió a Engels: "La era de la revolución se abre de nuevo claramente en Europa." (Marx - Engels, Selected Correspondence [Correspondencia escogida]) Cuando se conformó el Comité Internacional de Trabajadores, le escribió a sus amigos norteamericanos: "A pesar de que durante años, me he negado sistemáticamente a pertenecer a cualquier "organización", esta vez acepté porque aquí existe la posibilidad de hacer algo realmente bueno."
Inmediatamente Marx se convirtió en el líder intelectual de este comité de cincuenta miembros, la mitad de los cuales eran obreros ingleses. Después que otros vacilaron, asumió la tarea de esbozar el programa y los estatutos de la Primera Internacional. El comité entusiasta y unánimemente aprobó el Discurso inaugural y las Reglas provisionales, pidiendo solamente la adición de unas pocas frases abstractas acerca del "derecho y el deber, la verdad, la moralidad y la justicia" que, como Marx dijo a Engels, fueron incluidas por él de tal forma que no desfiguraron el contenido.
El Discurso inaugural de la Asociación Internacional de Trabajadores pronunciado en el mitin del St. Martin'sHall de Londres, el 28 de setiembre de 1864, es, junto con el Manifiesto comunista, una fuerte denuncia al capitalismo y una exposición de las metas de la clase obrera. Comenzó recordando el impresionante hecho de que durante los años de 1848 a 1864, a pesar de ser un período de incomparable desarrollo industrial y comercial, la miseria de la clase obrera no había disminuido.
Para probar este punto comparó las aterradoras estadísticas publicadas en los Blue Books oficiales sobre la miseria del proletariado inglés con las cifras utilizadas por el ministro de hacienda, Gladstone, en sus discursos ministeriales. Estas mostraban que "el intoxicante aumento de la riqueza y el poder" que se dio en el mismo período había sido en exclusivo beneficio de las clases poseedoras. Quizá la única excepción era la de una pequeña capa aristocrática de trabajadores, que recibían salarios más altos; pero este incremento desaparecía ante el alza general en los precios. "Por todas partes las grandes masas de las clases trabajadoras se hunden cada vez más profundamente, y al mismo ritmo de quienes por encima de ellas ascienden en la escala social... Cada nuevo desarrollo de las fuerzas productivas del trabajo tiende a agudizar los contrastes sociales y a evidenciar los antagonismos de la sociedad... Esta época está marcada en los anales de la historia por el rápido retorno, el gran alcance y los efectos mortales de esa peste social llamada crisis comercial e industrial." (Obras escogidas)
El discurso señalaba que, incluso en los años reaccionarios de 1850, los trabajadores consiguieron dos conquistas significativas. Una de ellas fue la promulgación legal de la jornada de diez horas de trabajo, forzada por la lucha del proletariado inglés. "La ley de las diez horas" no fue sólo una gran conquista práctica, sino la victoria de un principio; era la primera vez que, a la luz del día, la economía política de la clase media sucumbía ante la economía política de la clase obrera." (Obras escogidas) Otro logro significativo fue el del establecimiento del movimiento cooperativo y de las fábricas cooperativas, que probaron en la práctica que los trabajadores pueden organizar la producción y sus intercambios sin necesidad de los explotadores.
Y aún más: "los señores de la tierra y del capital continuarán utilizando sus privilegios sistemáticamente para la defensa y perpetuación de su monopolio [de los medios de producción]." Por lo tanto, la gran tarea de la clase obrera es la de tomarse el poder político. Los trabajadores se están dando cuenta de esta necesidad, tal como lo demostraron con el resurgimiento de los movimientos obreros en Inglaterra, Francia, Alemania e Italia y con los esfuerzos por organizar políticamente a los trabajadores. Los obreros "poseen un elemento para el éxito, su número. Pero el número pesa en la balanza sólo cuando está unido en una organización y dirigido hacia un fin consciente". La experiencia ha demostrado que ignorar la solidaridad que debe existir entre los trabajadores de todos los países y dejar de impulsarlos a estar presentes hombro a hombro en todas las luchas por su emancipación, revierte siempre en un fracaso general de todos sus esfuerzos. Esta consideración, junto con las señaladas anteriormente sobre la política exterior, condujo al mitin del St.Martin's Hall a fundar la Asociación Internacional de los Trabajadores. (Mehring)
El discurso concluyó con el inmortal grito de batalla del Manifiesto comunista: "¡Proletarios de todos los países, uníos!".
En las Reglas provisionales se incluyen muchas de las máximas clásicas del marxismo. La emancipación de los trabajadores debe ser obra de los trabajadores mismos. La lucha por la emancipación de la clase obrera no es la lucha por el establecimiento de nuevos privilegios de clase, sino por la total abolición del régimen de clases. El sometimiento económico del trabajador ante aquellos que se han apropiado de los instrumentos de trabajo, esto es, de las fuentes de la vida, conduce a todo tipo de servidumbre: miseria social, atrofia intelectual y dependencia política. La emancipación económica de la clase obrera es, por lo tanto, la gran meta para la cual deben utilizarse todos los movimientos políticos. La emancipación de los trabajadores no es una tarea local, ni nacional. Abarca a todos los países en los que existe la sociedad moderna y sólo puede lograrse por medio de una cooperación sistemática entre todos estos países. Las reglas trazaron y definieron las tareas del Consejo General compuesto por trabajadores de varios países representados en la asociación.
El Discurso inaugural se diferencia del Manifiesto comunista en la forma. Marx escribió a Engels, "hace falta tiempo, antes de que el movimiento revivido nos permita utilizar el viejo lenguaje audaz. La necesidad del momento es: osadía en el contenido, pero moderación en la forma". Este documento se diferenciaba del Manifiesto porque pretendía agrupar en una sola estructura a trabajadores con diferente grado de desarrollo político. Pero, contenía implícitamente las ideas fundamentales del comunismo. Marx confiaba en que posteriormente la conciencia de clase de los trabajadores se desarrollaría y se elevaría como resultado de su acción unificada para garantizar la victoria final del socialismo científico al interior de la Internacional, y a través de ésta, sobre la clase capitalista.
3. Logros de la Primera Internacional
La Primera Internacional vivió durante catorce años, desde 1864 hasta 1878. Como es imposible relatar toda su actuación y los documentos de sus congresos, se mencionarán solamente los logros y las actividades organizativas más destacadas.
La Internacional se anotó su primer éxito significativo en la lucha que dirigieron sus miembros por la reforma de los derechos políticos en Inglaterra. Al escribir a Engels el 7 de julio de 1886, Marx decía: "Las demostraciones de los obreros de Londres, maravillosas, si las comparamos con cualquier otra que hayamos visto en Londres desde 1849, son fruto del trabajo de la Internacional. Por ejemplo, Lucraft, el líder de la demostración en Trafalgar Square, es miembro de nuestro consejo. En un mitin de 20.000 personas en Trafalgar SquareLucraft propuso una demostración en Whitehall Gardens, "donde una vez hicimos picadillo la cabeza de un rey", y poco después, una demostración de 60.000 personas en Hyde Park, casi se convierte en insurrección."
Los actuales dirigentes del Partido Laborista, quienes lo han convertido en un instrumento para preservar el capitalismo y mofarse del marxismo extranjero e impracticable, realmente le deben sus puestos y su poder a la lucha por la extensión de los derechos políticos llevada a cabo bajo la dirección intelectual de Marx.
Los miembros de la Internacional dirigieron una vigorosa campaña por una legislación laboral progresiva. Exigieron una jornada de trabajo más corta y condenaron el trabajo nocturno y todas las formas de trabajo perjudiciales para las mujeres y los niños. En 1886, el Congreso de la Internacional de Ginebra declaró: "Exigiendo la adopción de estas leyes, la clase obrera no consolidará los poderes dominantes, sino que por el contrario, convertirá en su propio instrumento a esos poderes que ahora son utilizados contra ella."
La Internacional estimuló la organización sindical en muchos países. Así mismo, buscó elevar el nivel político del movimiento sindical y lograr que sus miembros fuesen conscientes de su misión histórica. "Conduciendo incesantemente una guerra de guerrillas en la lucha diaria entre el capital y el trabajo, los sindicatos llegarán a ser aún más importantes como palanca para la abolición organizada del trabajo asalariado. En el pasado, los sindicatos han concentrado sus actividades demasiado exclusivamente en la lucha inmediata contra el capital, pero en el futuro no se pueden mantener por fuera de la política general y del movimiento social de su clase. Su influencia será cada vez más fuerte y las grandes masas de trabajadores se darán cuenta de que su meta no es estrecha ni egoísta, sino que se propone lograr la emancipación de millones de oprimidos."
De acuerdo a esta línea, la Internacional apoyó las huelgas que se extendieron de un país a otro después de la crisis económica de 1866. En cualquier sitio donde estallaran estas luchas la Internacional llamó a los trabajadores a apoyar, en su propio interés, a sus camaradas extranjeros. Los capitalistas trataron de atribuir estas huelgas a las maquinaciones de la Primera Internacional, así como hoy se las atribuyen a las actividades de los "agitadores extranjeros", "rojos" y "trotskistas". Algunos capitalistas suizos llegaron a enviar un emisario a Londres para averiguar las fuentes financieras de la Internacional, que eran realmente escasas. "si estos buenos cristianos ortodoxos hubiesen vivido durante los primeros días de la cristiandad, habrían investigado la cuenta bancaria de Pablo en Roma", dijo Marx burlonamente.
La Internacional expresó su solidaridad activa siempre que las luchas de los pueblos llegaron al extremo de una guerra civil o nacional. De 1864 a 1869 la Internacional le envió cuatro mensajes al pueblo norteamericano. El primero fue al presidente Lincoln, apoyando la resistencia de su gobierno al poder esclavista; el segundo al presidente Johnson sobre el asesinato de Lincoln; el tercero al pueblo, por su triunfo sobre los esclavistas; y el cuarto a William Sylvis, presidente del National Labor Union, en 1869, en protesta contra los intentos de las clases dominantes europeas de arrastrar a Estados Unidos a la guerra.
La Internacional desató sobre su cabeza la ira de toda la burguesía y de los filisteos cuando, en dos mensajes escritos por Marx, exhortó a los trabajadores franceses que se sublevaron al final de la guerrafrancoprusiana en 1871 a tomarse el poder y crear la Comuna de París. Con un ejército invasor a sus puertas, estos "titanes de tormentas" de la clase obrera. Fueron sangrientamente masacrados por las fuerzas de la burguesía francesa, ayudadas por el ejército de Bismarck, así como en 1943 - 1945 el general Badoglio logró desviar y aplastar la revolución italiana con la ayuda de las fuerzas anglonorteamericanas y stalinistas.
El mayor logro de la Internacional fue dar la prueba viviente de que la unidad internacional de los trabajadores era posible y fructífera.
A pesar de su inevitablemente primitiva organización interna, aportó un modelo para todas las organizaciones proletarias internacionales posteriores. El término "internacionalismo" está en el diccionario y el himno "La internacional" fue escrito gracias a la existencia de la Primera Internacional.
4. La lucha por el marxismo.
Junto con estas demostraciones prácticas de la solidaridad de la clase obrera, la Primera Internacional sirvió de instrumento y de terreno para la popularización de las ideas marxistas. A pesar de que Marx fue reconocido como su inspirador y dirigente teórico, sus doctrinas tuvieron que luchar para lograr el predominio dentro de la organización y entre los obreros con conciencia de clase. Desde un principio, Marx tuvo que luchar contra la ideología liberal burguesa y evitar las presiones de los líderes sindicales británicos en el Consejo General.
Pero, los competidores más serios de las ideas del socialismo científico entre los obreros avanzados fueron las diferentes variedades del socialismo pequeñoburgués, anarquismo y actitudes sectarias y oportunistas en relación a los problemas que afrontaba el movimiento obrero. La historia de la Primera Internacional, escribió Marx en una carta a Bolte el 23 de noviembre de 1871, fue "una lucha continua del Consejo General contra las sectas y los experimentos de aficionados, que intentaban mantenerse dentro de la Internacional contra el movimiento real de la clase obrera. Esta lucha se llevaba a cabo en los congresos, pero mucho más en las negociaciones privadas del Consejo General con las secciones individuales". (Selected Correspondence)
Marx tuvo que pelear con las ideas proudhonianas, que hoy han desaparecido totalmente, pero que en esa época eran la corriente más popular del socialismo pequeñoburgués. Los dos futuros yernos de Marx, PaulLafargue y Charles Longuet, fueron apóstoles de Proudhon antes de volverse marxistas.
A diferencia de los socialistas científicos, los proudhonianos querían conservar la propiedad privada, reorganizando el intercambio de productos apropiados privadamente. Sus planes prácticos para reformar la sociedad burguesa consistían en formar sociedades cooperativas y en remendar el sistema monetario. Estos socialistas pequeñoburgueses eran enemigos de las principales formas y métodos de lucha proletaria.Proudhon se oponía a los sindicatos, deploraba las huelgas y repudiaba la participación directa en política. Sus discípulos sostenían que las naciones deberían disolverse en pequeñas comunidades que luego formarían algún tipo de asociación voluntaria en sustitución del estado.
Marx y sus seguidores tuvieron que luchar continuamente contra esta tendencia, muy poderosa entre los trabajadores franceses y suizos, que no eran obreros de fábrica sino artesanos que todavía se inclinaban hacia las modas y el pensamiento pequeñoburgués.
Sin embargo, la lucha teórica y organizativa más importante de Marx fue contra las ideas anarquistas, representadas por Mijail Bakunin, heroico revolucionario ruso y padre del movimiento político anarquista que hoy está en sus últimos días. Las principales diferencias entre Marx y Bakunin pueden ser brevemente indicadas. El marxismo se basa sobre el proletariado industrial como la fuerza social decisiva de la sociedad moderna. Bakunin buscó la base social para su movimiento revolucionario en los campesinos, el lumpen-proletariado y en los elementos pequeñoburgueses desposeídos y desesperados.
El marxismo lucha contra todos los gobiernos reaccionarios y busca establecer el poder estatal de la clase obrera, como transición necesaria para abolir toda autoridad del estado y las formas de coerción. El anarquismo está contra toda autoridad y todo tipo de estado, independientemente de su carácter reaccionario o progresivo y de su naturaleza de clase. Los anarquistas, por lo tanto, se oponen a la participación en política, mientras los marxistas enseñan que los trabajadores deben participar activamente en política y conquistar el poder del estado "por los medios que sean necesarios".
Estas diferencias principistas le dieron base a Bakunin para formar dentro de la Internacional una organización secreta que buscó tomarse la dirección por medio de tácticas conspirativas. Las luchas internas entre las dos tendencias irreconciliables dividieron y debilitaron considerablemente a la Internacional.
Los marxistas también tuvieron que pelear contra Lasalle, y sus seguidores en el movimiento obrero alemán, alrededor de dos problemas fundamentales. Uno, era su táctica oportunista sobre con qué fuerzas aliarse en la lucha. Lasalle apoyó, por ejemplo, las políticas de Bismarck a favor de los terratenientes - junkers - en contra de los partidos burgueses, en vez de defender una política independiente del proletariado. Al mismo tiempo, estos "socialistas bismarckianos" tenían una actitud sectaria hacia los sindicatos y se negaban a entrar en un sindicato si este no tenía su programa y su dirección. No entendían las diferencias entre un sindicato, como organización de masas en el terreno económico que abarca a obreros de todos los grados de desarrollo político y el partido del proletariado que es una selección de obreros revolucionarios con conciencia socialista.
Los fundadores de la Internacional tuvieron que combatir así contra una multitud de enemigos externos y de opositores internos. Estas fuerzas destructivas llegaron a ser arrolladoras bajo condiciones históricas adversas, después del fracaso de la Comuna de París. Esto condujo a la decadencia, desintegración y finalmente a la disolución formal de la Primera Internacional en 1878, después de que su sede fue trasladada a Nueva York.
A pesar de que la Primera Internacional murió, su obra sigue vigente. En 1878 Marx, atacando el argumento de que la Internacional había fracasado, escribió: "En realidad, los partidos obreros socialdemócratas en Alemania, Suiza, Dinamarca, Portugal, Italia, Bélgica, Holanda y Norteamérica, organizados más o menos dentro de fronteras nacionales, ya no son secciones aisladas dispersamente repartidas en varios países y dirigidas por un Consejo General desde la periferia, sino que representan a la clase obrera misma en constante, activa y directa relación, que se mantiene unida por el intercambio de ideas, la asistencia mutua y la igualdad de fines... Así, lejos de haber muerto, la Internacional se ha desarrollado de un nivel a otro más alto, en el cual muchas de sus tentativas originales ya han sido realizadas. Durante el curso de este constante desarrollo experimentará muchos cambios antes de que el último capítulo de su historia pueda ser escrito". Se verá cómo esta visión profética de Marx acerca de las vicisitudes de la Internacional se ha verificado en la realidad.